El hecho de que se acerca el cierre del año y, coincidentemente, China haya arreciado sus medidas de control del Covid hace que muchos recuerden las navidades de 2019 y lo que se desencadenó en enero de 2020 a nivel global. Aunque nadie está esperando que se genere un confinamiento general como entonces, lo cierto es que esta nueva dosis de incertidumbre asalta al mundo en momentos de severa debilidad económica, con una guerra en desarrollo entre Ucrania y Rusia, y con un panorama político altamente complejo.
Las autoridades chinas están reaccionando ante una nueva oleada de contagios de coronavirus, donde reportaron unos 250.000 casos en menos de un mes, y por ello reforzaron los confinamientos en algunas localidades, con cierre de comercios y el aislamiento de personal de fábricas, entre otras limitaciones.
Esto ha terminado por desencadenar violentas protestas en el país y un cuestionamiento directo contra Xi Jinping, al punto de que en las manifestaciones hay recurrentes pedidos de que el gobernante renuncie. Xi Jinping lleva años reforzando el control del Partido Comunista y se ha consolidado como líder supremo, adaptando las estructuras políticas del país para ello, a la par de reforzar el peso del Estado en la economía.
Esta concentración pudiera potenciar los riesgos si la situación se saliera de control. De allí que las confrontaciones internas, la posibilidad de sostener o no las restricciones en materia sanitaria y la evolución general del país son un factor crítico al hacer las proyecciones de 2023.
El “Global economic outlook 2022” preparado por The Economist Intelligence Unit para el último tramo del año ya había advertido sobre la postura inflexible e ideológica de China en materia de Covid-19, lo que le hacía estimar que en 2023 podrían seguir dándose cierres de ciudades chinas, así como de redes de producción y logística, alimentando los vientos en contra para la economía.