Italo Pizzolante Negrón: Respuestas a 50 años de trayectoria

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Uno de los primeros retos desde que comenzó su carrera fue ser hijo de un personaje famoso en su país, lo que le permitió forjar su propia identidad desde la coherencia, la constancia, la autocrítica, la ética y la eterna disrupción. Estos atributos le han permitido marcar la ruta hacia la consultoría gerencial que orienta y gestiona la confianza de organizaciones capaces de asumir su transformación, con la guía de su empresa Pizzolante.

Italo Pizzolante Negrón tiene un nuevo libro en el tintero. Ya le tiene antetítulo, título y prologuista. Lo único que le falta es escribirlo. Será algo así como un recuento autobiográfico de lo que ha aprendido a través de su vida como consultor y saldrá a la luz este 2023.

Como todo lo de Italo, ya tiene una visión clara de lo que quiere, como lo ha hecho desde que comenzó su vida profesional a sus escasos 14 años, cuando poner música en fiestas, contar historias musicalizadas en programas de radio y más tarde, producir videos con su propio storytelling setentero en la universidad, marcaban el inicio disruptivo y poco estándar de lo que sería la trayectoria de un reconocido consultor gerencial.

En este camino de la consultoría, que es su vida misma, hoy no se puede pensar a Italo sin PIZZOLANTE, la empresa que lleva su apellido, y que conduce junto con su socio y CEO, Thony Da Silva, con quien tiene el privilegio de haber construido una sólida relación personal y de negocios basada en la confianza y en el apoyo mutuos, que les permite tener un camino abonado para seguir creando con visión a largo plazo.

Hoy, 50 años después de ese programa radial, mientras revisa las notas de ese nuevo libro en un breve receso arrancado de una agenda casi impenetrable, Italo nos abre un espacio para acompañarlo a recoger los pasos de ese adolescente que le apasionaba y aun le apasiona lo que hace, en 90 minutos dedicados a él, a sus recuerdos y a sus anhelos.

El ritmo de la conversación lo marcan la estructura de su pensamiento, la forma PIZZOLANTE de hacer consultoría, la sinceridad de reconocer que el único hobbie que lo apasiona es su trabajo y un dejo de nostalgia inevitable al hablar de lo que ha sido el mejor motivo para construir su trayectoria: la familia. 

Un 2 de diciembre de 1972, emitió su primer programa de radio oficial desde la cabina de la emisora Ondas del Mar, en Puerto Cabello, Venezuela, que se llamó AMIGOS, título tomado de la canción poco conocida de Elton John, que fue a su vez la banda sonora de una película del mismo nombre. ¿Cómo surge ese primer programa de radio que marca el inicio de su carrera profesional?
Es el fiel ejemplo de saber capturar las oportunidades cuando se presentan aún sin estar preparado para aprovecharlas. Un señor fue a visitar a mi padre, que era reconocido por su música, y le cuenta que va a montar una emisora de radio en el pueblo donde vivíamos, Puerto Cabello. Casualmente yo estaba ahí como testigo de excepción.

En ese entonces yo tenía una miniteca (era DJ) y se llamaba Friends basada en la película que había visto. Yo ponía música en las fiestas hasta las 11 pm y después de esa hora, el precio subía. Yo no conocía al señor, aun así, le conté que tenía ese negocio. Por respeto a mi padre, el señor me dice: “¡Qué interesante!, ¿y qué me propone?” Yo le dije: “Usted tiene emisora y yo tengo música. Yo le pongo la música, le sirvo como musicalizador y usted dice que es cortesía de la miniteca Friends”. El tipo se rio y dijo “me suena”.

Y comencé musicalizando un programa del mediodía de lunes a viernes que se llamó “La hora del pavo” mientras terminaba la secundaria (pavo es joven en Venezuela). En honor a la verdad, “La hora del pavo” vino antes de que el programa “Amigos”, en el que era comentarista y articulaba música con historias, viera la luz como inicio de mi carrera el 2 de diciembre de 1972.

Emprendió muy joven, ¿con qué capital dio los primeros pasos y qué lo motivó a hacerlo?

El primer capital y el más importante eran la ilusión y la confianza de que podías lograr lo que querías. Poco dinero hacía falta para poder emprender. Lo que había era usar lo que tenías para lograr lo que te propones. Una empresa que prestaba servicios de música usaba los equipos que estaban en mi casa. Para la formalización de ese emprendimiento había que tener condiciones y una de ellas era la edad y yo no la tenía, fue mi padre quien registró la compañía y se llamó como me llamaba él a mi: Producciones “Junior”.
La empresa se registró como generadora de contenidos para radio. Eso lo hice en el pueblo donde vivía y luego lo hice en Caracas, donde me mudé a estudiar ingeniería, para hacer el programa en una prestigiosa emisora de la capital venezolana. Uno de los aprendizajes de los emprendimientos era hacer un inventario de las fortalezas no solamente individuales sino de tus relacionamientos que te daban legitimidad y apoyo. Le puse mano a todo relacionamiento que conocía a través de mi padre y de sus amigos. El elemento diferenciador era que llamaba la atención que siendo un adolescente estaba hablando cosas de gente más grande que yo, pero que tenía la absoluta convicción de que eran realizables y el tiempo me dio la razón.


¿Cómo manejó la incertidumbre cuando estaba dando sus primeros pasos como emprendedor?

La incertidumbre siempre me ha acompañado. Hoy la sigo gestionando con una ventaja que no tenía de joven, que es tener 65 años de vida y 50 años de experiencia. La gestiono buscando equilibrios entre las cosas en las que he acertado, pero sobre todo en las que me he equivocado. Me sigo reclamando no ser riguroso en corregirlas. Algunas las he podido superar, otras siguen en mi proceso de aprendizaje. Siempre busco hacer las cosas mejor para que me sienta tranquilo cuando me voy a dormir.

Terminó su carrera de ingeniería civil pero nunca fue ingeniero. Su gusto por el tema audiovisual lo llevó hacia la comunicación. ¿Cómo fue esa transición al mundo de la consultoría?

Después de trabajar en radio y dominar las historias o storytellings (usando palabras modernas), tenía que poner imágenes a esas historias. Cuando yo me gradué de bachiller, mi trabajo de tesis fue una película en Super 8 que se llamaba “La contaminación ambiental”, que edité manualmente cortando y pegando la película de aquel entonces.
Luego que le puse imagen a otras historias en la universidad, fui llegando al mundo de la consultoría. En la época en la que empecé a hablar de imagen corporativa, (no existía la palabra reputación) el mercado de los compradores de estrategia de imagen estaba concentrado en el sector político cuando hacía campañas electorales. Pero las empresas no tenían ni idea ni les importaba lo que tenía que ver la imagen corporativa, esa cosa “esotérica” de la que yo hablaba.
Los publicistas lo veían como una oportunidad para hacer una propaganda en el mundo publicitario y ganarse un dineral. Hubiese podido ser un creativo, pero a mí la publicidad no me gustaba. Lo que sí me gustaba era construir una historia que ganaba confianza. Iba a las redacciones de los periódicos donde inicialmente nadie creía en lo que yo decía, porque yo representaba el sector abusivo, arrogante y distante del mundo de la empresa. Pero yo daba una cara humana por los temas de actuación responsable y así me soportaban, me toleraban y fui abriendo espacios.
No fui una agencia de publicidad ni de comunicaciones sino una firma de consultoría en estrategia mucho más cerca de las empresas que trabajaban la estrategia pura y dura de negocios pero que no tenían conexión humana. Había que hacer cosas que ellos no hacían y ese espacio lo llenamos nosotros.

Las imágenes de su vida recorren a un Italo en varios momentos y escenarios, en una cabina de radio; el estudiante de ingeniería en overol, con una cámara al hombro; poniendo música; interpretando el piano mientras acompaña a su padre; o vestido formalmente con traje y corbata dando clases o conferencias. ¿Cuáles han sido los grandes aprendizajes de esas diferentes fases de Ítalo Pizzolante?

La importancia de la coherencia y la consistencia en todo aquello que te propongas.

La coherencia fue para mí un mandato personal que siempre resonó. Y confieso después de viejo, ser coherente aún en mis equivocaciones. La otra fundamental es que para que sirva de algo la coherencia, tienes que ser constante. El segundo aprendizaje transversal es que tu carrera es el premio a la constancia en la búsqueda de tus objetivos personales que tienen que estar estrechamente conectados a tus objetivos profesionales. No existe éxito de un objetivo profesional si él no pasa por la satisfacción de haberlo vivido en lo personal.
En cuanto al aprendizaje en cada etapa, el primer elemento clave era la convicción de que para lograr lo que te propones tienes que asumir riesgos: riesgos de llevar la contraria; riesgo a que alguien diga que tu trabajo se parece a lo que hizo otro, pero el tiempo hace ver las diferencias; riesgo de que la edad no es consistente con la fuerza de tu propuesta y en consecuencia te subestiman.
Riesgo entendido de que a lo mejor hablas de algo que hoy no se entiende pero que mañana es absolutamente un lenguaje que se hace colectivo cuando antes estaba solo en ti. Un ejemplo de esto último lo viví recientemente en la conferencia de Corporate Excellence cuando hablan de la importancia de los criterios Ambientales, Sociales y de Gobernanza (ASG), recuerdo que a finales de los 90 en la Cumbre Anticorrupción propuesta en Colombia, me tocó hablar de un tema “esotérico” a mediados de los 90 que se llamaba Corporate Governance. Y cuando hablaba de gobierno corporativo, no era más ni menos que la forma como tú tomas las decisiones y te organizas como organización, la manera como tú entiendes a tus stakeholders, sus intereses y los gestionas, esa buena práctica del llamado Buen Gobierno Corporativo para mí era una condición indispensable en una empresa que se dijera responsable.

Cuando era estudiante de ingeniería civil, les propuso a los profesores grabar las operaciones constructivas para que fueran exámenes en las clases y así hacerlas más didácticas; y sin precedentes en la historia de su facultad, presentó un documental como tesis de grado. Después de décadas de trabajo profesional, ¿cuál ha sido el resultado de hacer propuestas disruptivas en su carrera?
Aceptando el riesgo de ir más adelante de lo que

el cliente cree y no ser necesariamente comprendido. Eso sucede tanto en nuestra oferta de servicios al cliente como en cabeza ya lo tengo articulado, no me es difícil, pero a veces no es fácil explicar la narrativa para que se entiendan los porqués.
El primer elemento para esa disrupción es que tienes que estar preparado para la incomprensión. Y la incomprensión solo la puedes gestionar creando niveles de conciencia y es la condición que me ha acompañado toda mi vida creando empresa y prestando servicio a la sociedad.
Esa es la razón por la que yo llegué por default a lo que yo llamo en forma de caricatura “evangelización corporativa” es ir por la calle contando mis historias con mi librito bajo el brazo. Eso lo hago todavía hoy con 65 años recién cumplidos y durante mis 50 años de vida profesional. La siembra de conciencia permite que la gente empiece a entender las cosas que tú propones y abre las oportunidades para lograrlas. He sido un evangelizador corporativo desde el día uno que tuve la oportunidad de aprender para enseñar y al aprender estás obligado a compartir.
Yo comparto todo: mis metodologías, mis esquemas, porque para mí la ventaja competitiva no está en un esquema o un proceso. Si te gusta cópialo, mejóralo, pero te puedo asegurar de que cuando empieces hacerlo como yo, a mí ya se me ocurrió algo adicional. Mi desafío no está en diferenciarme del que hace lo mismo que yo, sino del que no hace lo que a mí se me va a ocurrir mañana.


¿Esa visión de largo plazo se lo ha dado la ingeniería? ¿Es la estrategia la ingeniería de la comunicación?

Yo volvería a estudiar exactamente lo mismo si tuviera que volver a decidirlo, porque obtuve de la ingeniería exactamente lo que necesitaba, pero las razones serían distintas. La razón por la que estudié ingeniería por primera vez fue porque mi papá era ingeniero y él no se imaginaba un hijo que no fuera ingeniero. No vi la necesidad de llevarle la contraria porque me gustaba lo que él hacía, pero no era mi proyecto de vida.
La ingeniería me enseñó un orden para pensar, la disciplina, el pensamiento estructurado, la visión integral del contexto e integrada a mis objetivos, eso se lo debo al pensamiento sistémico que me dio esta carrera. No es pensar creativamente una idea fuera de la caja. Sino pensar en qué va a sostenerla en el tiempo para que logre su objetivo y sea sostenible hacia futuro. Es una propuesta del qué hacer y un cómo te lo sostiene. A mí ya se me olvidó la tabla de multiplicar, a ratos me olvido de cómo sumar, mucho más de restar y de dividir, pero el orden del pensamiento matemático que me entrenó es el orden que yo utilizo para hacer estrategia.


¿Alguna vez se ha arrepentido de asesorar a alguien?

Con humildad lo digo, alguna vez sí me pregunté: “¿qué me pudieran pedir que no estaría dispuesto a hacer?”. Dentro de mis habilidades personales, siempre juego anticipadamente y cuando actúo ya yo me di la vuelta sobre qué puede pasar en los escenarios y qué se puede evitar. Esa intuición, que se alimenta con los años, me hace detenerme. Sí me he detenido y no he querido seguir, y ahora más que nunca es una condición fundamental para establecer relaciones con personas y con empresas.
Mi relación se basa en una condición fundamental: la confianza. Un estratega es un gerente de la confianza y esa confianza es la consecuencia de desarrollar creencias compartidas. Pero si hay comportamientos que se salen de esos atributos particulares en la relación, empiezas a desconfiar y te das cuenta de que pueden venir elementos con los que no vas a vivir. Y yo no voy a ofender cuestionando comportamientos. Yo me bajo del tren y no sigo en el mismo vagón porque no soy de esa tribu. Eso significa que no trabajamos para cualquiera. Ni tampoco trabajamos con cualquiera: Nosotros buscamos construir valores en la relación de largo plazo.

Al tener tantos contactos en organizaciones internacionales, grandes multinacionales y gremios extranjeros, ¿Alguna vez lo tentaron con algún alto cargo?

Sí, pero no acepté. Seguramente hubiese tenido muchos beneficios económicos en ese momento, pero nunca hubiese podido cumplir con mi propósito de vida que es el que he construido, que estoy y que seguiré construyendo hasta el último de mis días.

¿Cuáles han sido los retos y los logros más importantes de esta trayectoria?

Mi primer reto fue ser hijo de una persona famosa que siempre genera en una buena cantidad de casos que conozco, complejos, diferencias y peor aún, competencias entre padre e hijo. Yo nunca las tuve porque no quise ser lo que papá era. Quería aprender cómo lo había logrado, pero no pretendía ser músico porque él era mejor que yo. No pretendía ser más famoso que él, porque él lo era como músico y yo no.
Solo sabía que podía utilizar esas herramientas de relacionamiento y las habilidades personales para hacer algo que me hacía ser un buen “segundo”, en lo que era el primero, con lo que me sentía inmensamente satisfecho. Era asumir un rol y no siempre ser el primero. No siempre se está en la escena y hay un rol fundamental tras escena. Eso lo aprendí en mi trabajo de consejero y de consultor.
Yo no sería el que iba a estar en la escena cantando, pero me aseguraba de que el audio funcionara bien y que las canciones fueran las correctas, en el orden correcto, sugería qué tipo de comentarios iban a generar conexión con la audiencia, y eso se lo decía a mi padre. Me convertía sin darme cuenta en un coach.
Cuando pasé de la radio a la televisión, y comencé a escribir libros y a participar cada vez más en conferencias internacionales, él se sentía muy orgulloso porque ya no era a mí que me preguntaban: “¿Tú eres el hijo de Italo Pizzolante?”, sino a él: “¿Tú eres el padre de Italo Pizzolante?”
Años después, en el aniversario 25 de la empresa, mi padre me hizo saber que siempre entendió mi camino desde cuando era su “coach”, cuando me escribió como mejor lo sabía hacer, en versos:

Carta a mi hijo

Sería un absurdo concebir
un mundo sin senderos.
Los caminos son más despejados,
más fáciles de transitar,
más asequibles al viajero,
y sin embargo tú te empeñaste
en andar firme, por donde
ni siquiera existían las huellas
de un pasante…
Y así, creando tu propio sendero,
te encontraste contigo mismo,
hallaste el verdadero mundo, y mejor,
alcanzaste tu propio destino.

Tu Papá
Puerto Cabello, 30 de septiembre de 2000

El segundo aprendizaje era que ejercía un rol novedoso porque esa figura de coach podía llevarse perfectamente al mundo de la empresa cuando veía a los amigos de papá o a las empresas a las que yo me acercaba. Por eso desde la ingeniería me busqué un mecanismo diferente de apoyar a empresas de ingeniería, pero no con la hoja de cálculo sino con contenido y estrategia, que no es otra cosa que el orden del contenido para lograr el objetivo. Miles de cosas las hice pro-bono porque era mi proceso de aprendizaje, pero siempre lo hice como si fuese el cliente más importante.
EL tercer reto más importante fue graduarme de ingeniero a sabiendas de que no me iba a dedicar a esa carrera, pero sí al ingenio de la planeación que la ingeniería me dio como herramienta.

¿Y los logros?
El logro me llena de compromiso y de desafío para hacerlo diferente. El fracaso es fácil porque todos los días me cuestiono. A veces por cosas malas o a veces por cosas buenas que para mí no son suficientemente buenas porque al final quien juzga si el trabajo hecho es bueno, no es el cliente, ni es el amigo, ni la pareja, es uno mismo cuando se ve en la mañana en el espejo. Soy inmensamente autocrítico, pero también soy muy agradecido porque me hace vivir en equilibrio.

¿Cuál es ese Pepe Grillo, esa conciencia que le hace reconocer sus propios logros?

Mi percepción que lee las reacciones del otro cuando actúo. Soy riguroso en observar al entorno y a las personas que me rodean que incluyen amigos, clientes, familia. Y a partir de esas reacciones tempranas que leo, corrijo el rumbo cuando me doy cuenta de que estoy equivocado. Me detengo y me disculpo para volver a hacerlo bien.

¿Qué es lo que le gusta de su trabajo actualmente?

Amo lo que hago. Yo dedico semanas para hacer una presentación a un cliente de una hora porque el proceso de crear me llena absolutamente de satisfacción y disfruto cada minuto cuando enlazo y ordeno las narrativas. Por mi disciplina audiovisual, esas narrativas siempre están expresadas en imágenes concebidas para que legitimen los argumentos que coloco sobre la mesa, y generen en el otro la confianza y la credibilidad en la propuesta.


¿Piensa jubilarse?

Nunca ha estado, ni va a estar, la posibilidad de retirarme. Trabajaré hasta el último minuto de mis días. Un querido amigo que modeló mi carrera y quien fue un referente iberoamericano en temas de imagen y reputación, Joan Costa, murió recientemente a los 96 años y mi última conversación con él fue sobre el nuevo libro, de las docenas que estaba empezando a escribir otra vez. Estoy seguro de que no llego a los 96 años, como llegó Joan, pero lo que quiera que me quede lo voy a hacer creando, generando equipo, modelando profesionales, innovando frente a mis clientes y desarrollando un proceso que he llamado “evangelización corporativa”. El evangelizador corporativo es alguien que lleva su historia, las buenas nuevas, las nuevas experiencias y las comparte con humildad y sin ningún egoísmo. Eso lo hago yo como empresario.

¿Tiene algún libro en el tintero?
(Risas) Sí lo tengo. Tengo el título, el prologuista, pero aún no lo he escrito. El libro se llama Respuestas y el antetítulo es: Lo que he podido aprender en mi vida como consultor. Es una suerte medio autobiográfica de muchos casos que he vivido. Todavía no tiene contenido, pero ya tengo una visión de lo que quiero. Lo gracioso es que fui a hablar con el prologuista, mi amigo, cliente y premiado poeta dominicano, José Mármol. Le dije: “no he escrito el libro, tengo el título, lo voy a escribir, pero quiero que tú lo prologues”. Me dijo que era un loco pero que estaba honrado de hacerlo.

¿Qué le falta por hacer a Italo Pizzolante?

Aceptar el compromiso personal de dedicarme más tiempo a mí y a mi familia. Mi trabajo me ha llevado a perderme muchos cumpleaños, días importantes, y el día a día. No me pesan en la conciencia porque sé que tenía que hacer lo que estaba haciendo, pero me encantaría haber estado y no estuve. Le he dedicado siempre más tiempo a los demás: A la empresa, a las instituciones, a mis amigos, a los clientes, pero me falta dedicarles más tiempo a los míos, y créeme que lo estoy asumiendo.


¿Logra encontrar hoy el equilibrio entre la vida profesional y la vida personal?

El equilibrio lo logro por el peso fundamental y estratégico que aporta mi esposa, mi compañera de vida, Irene De Oteyza, al entenderme, al darme su comprensión. Ella representa el apoyo más importante para mis logros, desde cuando éramos novios y me ayudaba siendo mi asistente y cargando equipos cuando grababa videos de matrimonios. Solo no hubiera encontrado ese equilibrio. Vivo agradecido con ella y con mis hijos, Irene Carolina, Patricia, Andrea e Íltalo Aquiles. Sin ellos no lo hubiera logrado.

¿Qué legado de sus padres lo acompaña todos los días?

De mi madre, Nelly, la inteligencia, la prudencia, la estrategia, la creatividad y la cercanía. De mi padre, Italo, la constancia, el esfuerzo, el logro, la autoestima, por lo cual yo soy producto de lo mejor de esa mezcla.
Recuerdo una anécdota con mi madre que me acompaña y me acompañará siempre. Mis primeros artículos los escribí antes de comenzar el programa de radio, para el periódico del colegio. Desde aquella época firmaba mis artículos como “Italo Pizzolante Junior” y un día cuando ya estaba escribiendo para el Diario de Caracas, que era de los periódicos más importantes del país, llamé a mi madre para recibir su retroalimentación, como siempre lo hacía. Y me dijo: “Pero tú también eres Negrón, ¿no?” A partir de ese día, todas mis columnas y artículos los firmo como “Italo Pizzolante Negrón”. Eso marcó el momento en un cambio de identidad porque me hice consciente de que ya era algo más que “Junior” y me gustó tanto darme cuenta de eso que enmarqué el último artículo como “Junior” al lado del primero como “Pizzolante Negrón”, y así ha sido hasta hoy y será hasta que deje de escribir.

¿Cuál es su “mejor motivo”?
Mi mejor motivo es mi familia, mi esposa, mis hijos y mis nietos. Vivo por ellos con la angustia todos los días de que les vaya bien, pero jamás podría ocultar que amo lo que hago y lo disfruto todos los días que es trabajar. Yo solo aprendí a trabajar. Y cuando el trabajo es más disfrute siempre tienes que buscar el equilibrio entre esa vida profesional y la vida personal. Mi hobbie es trabajar amando lo que hago. No soy deportista, no soy el intelectual que lee porque el tiempo para leer lo he utilizado para pensar, y de forma autodidacta y muy constante, para crear. Yo diría que esos son mis motivos: mi familia y el amor por lo que hago.

Si pudiera viajar en el tiempo, ¿qué consejo le daría a Italo Junior en la cabina de radio de Ondas del Mar el día que emitió su primer programa Amigos en el Puerto Cabello de 1972?

Le diría lo mismo que a mis hijos. Sean constantes en la búsqueda de lo que quieren. Sean consistentes en la forma de lograrlo, de acuerdo con sus valores; sean apasionados para transmitir la confianza en lo que proponen. Sean autocríticos para corregir a tiempo las equivocaciones, y escuchen al otro con humildad. Y que tengan fe de que lo que emprendan se puede lograr. El logro llega, pero requiere de muchísima energía, aunque tarde más de lo que uno está dispuesto a esperar.

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